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La Primera Guerra Punica

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La Primera Guerra Punica Empty La Primera Guerra Punica

Mensaje  Scipio Mar Ene 11, 2011 8:39 am

Introducción.

Guerras Púnicas

Las Guerras Púnicas enfrentaron entre los años 264 a.C. y 146 a.C. a dos de las potencias del Mediterráneo: Roma y Cartago. Romanos y cartagineses (púnicos) se enfrentaron en tres etapas, hasta la destrucción total de estos últimos.

• La Primera Guerra Púnica (264 a.C.-241 a.C.) fue una guerra en Sicilia en una primera etapa, para luego convertirse en una guerra eminentemente naval.

• La Segunda Guerra Púnica (218 a.C.-202 a.C.) es la más conocida, por producirse durante ella la expedición militar de Aníbal contra Roma cruzando los Alpes.

• La Tercera Guerra Púnica (149 a.C.-146 a.C.) significó la destrucción completa de la ciudad de Cartago.
Primera Guerra Púnica.

Roma y Cartago, la otra potencia del Mediterráneo occidental, siempre habían mantenido tratados y relaciones amistosas, y de hecho ambas unieron sus fuerzas cuando Pirro de Epiro desembarcó en el sur de Italia en el año 278 a.C. Sin embargo, los intereses cartagineses en la Magna Grecia (sur de Italia y Sicilia) y el deseo expansionista romano los llevaron a una inevitable colisión que se tradujo en tres enfrentamientos armados llamados las Guerras Púnicas, y que se desarrollaron del 264 a.C. al 146 a.C.

Comienzo de la guerra

Principales movimientos de la 1ª Guerra Púnica

En el año 264 a.C. los romanos aprovechan la petición de ayuda de los Mamertinos de Messana para intervenir en el complicado escenario de Sicilia. En ese momento la isla está dividida en dos esferas de influencia: la parte oeste y central, dominada por Cartago, y la parte oriental, de ascendencia e influencia griega. Los griegos están capitaneados por la ciudad-estado de Siracusa, que acaba de nombrar rey a Hierón II.

Tras la muerte de Agatocles, los Mamertinos --su guardia de élite mercenaria-- se habían dedicado al saqueo y pillaje de las ciudades griegas. Pero fueron derrotados y arrinconados en Messana por el capaz Hierón. Sitiada la ciudad por los ejércitos siracusanos, los Mamertinos recuerdan su origen campanio y solicitan la ayuda de Roma. Ésta se siente encantada de que se le proporcione un casus belli para intervenir. Al conocer su intención, a su vez, un asustado Hierón establece una alianza militar con su antaño enemiga Cartago.

Roma fuerza la situación a pesar del intento de Cartago por evitar el conflicto. En una operación relámpago, y burlando a la poderosa flota cartaginesa, los romanos desembarcan en el 264 a.C. cerca de Messana al mando del cónsul Apio Claudio Caudex y rompen el asedio al que cartagineses y siracusanos han sometido a la ciudad. Las legiones avanzan entonces hacia la propia Siracusa, aunque un exceso de confianza casi les lleva a la derrota.

Sin embargo, al año siguiente, una vez los nuevos cónsules reestablecen la habitual estrategia romana de avance lento pero seguro, es la propia ciudad de Siracusa la que queda sitiada por los ejércitos romanos. Hierón se ve obligado a llegar a un acuerdo de paz y aliarse con los romanos, a los que servirá a partir de entonces como base de operaciones y suministros en la isla. Sus buenas relaciones con Roma le permitirán mantener una relativa independencia del reino más allá de la guerra hasta su muerte en el 216 a.C.
Los cartagineses mientras tanto se fortifican en la ciudad de Agrigento a la que pretenden convertir en un bastión infranqueable. Pero bastan 6 meses para que en el año 262 a.C. los ejércitos romanos logren rendirla y destruirla. De esta manera Roma se asegura también el sur de la isla.

Los cartagineses no están aún dispuestos a rendirse y, entendiendo la superioridad de sus enemigos en tierra, comienzan una campaña de hostigamiento con rápidas incursiones desde el mar. Además su flota asegura el aprovisionamiento e impide un efectivo asedio de Lilibeo, el gran baluarte cartaginés en el extremo oeste de la isla.

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La campaña naval

Los romanos llegaron a la conclusión de que la única manera de batir a su enemigo era privarle de su ventaja en el mar. Pero Roma, cuya historia militar ha transcurrido siempre en suelo italiano, carecía de flota y de experiencia naval. Por el contrario los cartagineses, descendientes de los navegantes fenicios, dominaban todo el Mediterráneo occidental y poseían la mejor flota de la época. Con estos precedentes, la decisión romana de combatir en el mar resulta inaudita incluso hoy en día.

No obstante, los romanos se emplearon a fondo en su empeño. En el 261 a.C. consiguen botar de sus improvisados astilleros más de un centenar de quinquirremes: eran las naves más modernas de la época, con una gran maniobrabilidad fruto de sus cinco filas de remos.

Los historiadores romanos relatan que tal construcción fue posible gracias a la captura de una nave cartaginesa encallada. La nave pudo ser capturada antes de que sus tripulantes tuvieran tiempo de incendiarla, lo que permitió a los ingenieros romanos estudiarla y copiarla pieza por pieza. Lo más probable es que contaran en su esfuerzo naval con la ayuda y experiencia de algunas ciudades marítimas aliadas, en especial griegos, que sí contaban con larga tradición naval.

Los romanos eran conscientes de su inferioridad e inexperiencia, así que decidieron convertir las batallas navales en combates terrestres, donde eran superiores. Para ello idearon un sistema: la nave romana, próxima a la enemiga dejaba caer un puente móvil, que quedaba firmemente anclado gracias a unos garfios de hierro llamados corvus (cuervos) situados en su parte inferior. Una vez las dos naves quedaban unidas, los legionarios romanos abordaban el barco cartaginés y vencían a su débil infantería.

De esta ingeniosa forma, la flota romana del cónsul Cayo Duilio Nepote sorprendió y venció a la flota cartaginesa en Milas (Milazzo), en el año 260 a.C., en lo que fue la primera victoria naval de la historia romana. Sin embargo, a pesar del golpe, la victoria no fue decisiva, ya que la flota cartaginense conservó su capacidad para abastecer sus enclaves sicilianos de Panormo (Palermo) y Lilibeo, mientras que la inexperiencia naval romana provocaba frecuentes naufragios y pérdidas
.

El desastre de la invasión de África

Llegados a un punto muerto, los romanos deciden cambiar nuevamente de estrategia y optan por seguir el ejemplo de Agatocles. Éste, en el 310 a.C., cuando Siracusa se hallaba en puertas de ser conquistada por un poderoso ejército cartaginés, embarcó junto con un pequeño ejército griego rumbo a las costas africanas. Su irrupción en los alrededores de Cartago produjo tal pánico en la indefensa ciudad que, llamados sus ejércitos de vuelta, lograron forzar un precipitado ataque púnico sobre Siracusa que terminó en una severa derrota.

A pesar de los más de 50 años transcurridos, Cartago sigue tan carente de tropas que la defiendan como en tiempos de Agatocles, confiada en el bloqueo marítimo de su flota. Los romanos, sabedores de la situación, preparan una invasión que obligue a los cartagineses a aceptar la paz. Todo se prepara con sumo cuidado hasta que en el 256 a.C. una enorme flota de 330 trirremes con un enorme ejército romano a bordo, al mando del cónsul Marco Atilio Régulo, parte de la costa adriática. Tras bordear el sudeste y sur de la península itálica se encuentran con una flota cartaginesa aun mayor en las proximidades del cabo Ecnomo. En esta segunda batalla naval la victoria vuelve a caer del lado romano. El camino está expedito para la invasión.
Las fuerzas de Régulo desembarcan en África y pronto se hacen dueñas de toda la región, poniendo sitio a la propia Cartago. Los púnicos, desesperados, piden la paz como habían previsto los romanos. Pero las exigencias de Régulo son tales que los cartagineses prefieren morir luchando. Para entrenar a sus tropas han contratado a un afamado líder militar, el espartano Jantipo, que instará a los cartagineses a la lucha.
Tras conseguir ser nombrado general en el 255 a.C., Jantipo lanza su ataque contra los desprevenidos sitiadores. Una buena parte del ejército romano había sido trasladado de vuelta a Sicilia para reforzar las operaciones allí, pero aun así, Régulo decide luchar en vez de retirarse. En la batalla de los llanos del Bagradas, Jantipo utiliza inteligentemente los cien elefantes de los que dispone, consiguiendo abrir grandes brechas entre los legionarios, que sufren una importante derrota. Para mayor deshonor, el propio Atilio Régulo es capturado.

El desastre no acaba ahí: el Senado romano reacciona inmediatamente enviando una flota en auxilio de los supervivientes. A pesar de que ésta consigue romper el bloqueo, en la vuelta una tormenta la destruye, pereciendo los restos del derrotado ejército. Una vez más la inexperiencia romana en el mar se paga a un alto precio.

Guerra de desgaste

La desgracia parece haberse cebado con los italianos, lo que anima a los cartagineses a un ataque en toda regla en Sicilia, transportando incluso elefantes a la isla. Por desgracia para los intereses púnicos, Jantipo ha huido por temor a ser asesinado. Los gobernantes habían decidido que tal era la manera de ahorrarse la recompensa por su victoria. No iba a ser la primera vez que su mezquindad abortara sus posibilidades en la guerra contra Roma.

Privados de la dirección de Jantipo, los púnicos son nuevamente derrotados por unos desesperados romanos. Éstos han sido capaces de reconstruir la flota perdida en el increíble tiempo de tres meses, y con su ayuda toman Panormo. Hasta se atreven a dejarse ver en las costas africanas, pero a su regreso a Roma otra tormenta vuelve a acabar con una flota romana.

La única respuesta de Roma ante estas constantes pérdidas es construir más y más barcos, lo que conlleva unos enormes gastos. Sólo su alto sentido patriótico les permite mantener el esfuerzo militar. Pero las fuerzas romanas no son las únicas que están agotadas. Los cartagineses sufren una parálisis en su economía fruto de la interrupción del comercio que es su principal actividad y fuente de riqueza.
Así en el 250 a.C. los púnicos vuelven a solicitar la paz, y para ello mandan una embajada a Roma, a la que acompaña el ex-cónsul prisionero Régulo. Este se ha comprometido a volver a Cartago para ser ejecutado si la embajada fracasa, pero, tomada la palabra en el Senado romano, aboga por la continuación de la guerra hasta la completa aniquilación de Cartago. Sorprendidos ante este acto de patriotismo, los senadores deciden continuar la guerra. Régulo cumple la palabra dada y vuelve a Cartago donde es asesinado, no sin antes ser cruelmente torturado según las versiones griegas y romanas.

Una nueva flota es fletada por Roma, al mando de Publio Claudio Pulcro, hermano de Claudio Caudex. Igual de precipitado que su hermano mayor, abandona el asedio a Lilibeo para atacar por sorpresa a la flota cartaginesa que se encontraba 32 km al norte, en Drépano. Según la tradición romana, al realizar los augurios con los pollos sagrados éstos se negaron a comer, lo cual era un signo desfavorable del sentido de la próxima batalla. Sin embargo, Claudio Pulcro despreció el mal augurio y arrojó los pollos sagrados al mar diciendo «Pues si no quieren comer, que beban».

Sea por la desmoralización de las supersticiosas tropas romanas, sea por la poca pericia del almirante romano que fue descubierto por la flota cartaginesa antes de poder caer por sorpresa, el caso es que Drépano se convirtió en una sonora derrota de los romanos. Vuelto a Roma, Claudio Pulcro fue juzgado por alta traición y terminó suicidándose.

No sólo en el mar las cosas volvían a ponerse favorables a los cartagineses. En tierra había surgido entre ellos un líder con la suficiente capacidad para liderarlos: Amílcar Barca. Hasta el momento el último vástago de la familia más eminente de Cartago había sido demasiado joven para ostentar el mando, pero nombrado jefe de los ejércitos sicilianos en el 248 a.C. su cualidades tácticas y estratégicas pronto se hicieron sentir. La propia costa italiana sufre el ataque de la flota púnica durante dos años, devolviendo así la moneda a la estrategia que Régulo había iniciado. Amílcar recupera además Panormo en un ataque por sorpresa, y hostiga continuamente y sin descanso a las fuerzas romanas de Sicilia mediante rápidas incursiones.
Roma resiste y no cede durante estos amargos años. Sus propios habitantes entregan las riquezas con las que va a ser financiada una nueva flota. Encomendada al cónsul Cayo Lutacio Cátulo, éste se enfrenta en la primavera del 241 a.C. contra la flota cartaginesa frente a las islas Egadas.
La victoria se convierte en decisiva, pues no sólo acaba con los suministros de Lilibeo, sino también con las tropas de refresco destinadas a Amílcar. Este se ve obligado a hacer la paz con Cátulo y abandonar Sicilia, dando así fin a 23 años de guerra ininterrumpida.

Consecuencias de la guerra

El tratado de paz comprendía no sólo el abandono de cualquier pretensión púnica sobre Sicilia, sino también la entrega de los prisioneros de guerra y el abono de una fuerte indemnización de 200 talentos de plata en 20 años. La propia Cartago salía intacta territorial y políticamente del conflicto, pero éste marcó definitivamente su declive.

Si Cartago se encontraba al borde del desastre, no mucho mejor estaba Roma después de un conflicto extenuante y que a la larga resultaba insostenible. Probablemente ello persuadió a los belicosos romanos de continuar la guerra. Sin embargo, sus beneficios fueron notables. Sicilia se convirtió en la primera provincia romana de lo que sería su Imperio (excepto durante un tiempo el pequeño reino oriental de Hierón II). Aun más, recogieron el cetro de Cartago como potencia marítima dominante, lo que le permitió, por ejemplo, hacerse con Malta o Córcega.

El derrotado general Hannón sería ajusticiado según la costumbre cartaginesa. Pero un nuevo problema surge en el ejército púnico. La mayoría de estas tropas eran mercenarias (muchas de origen griego), pero los gobernantes de Cartago se niegan a pagarles. Se inicia una revuelta de los mercenarios, que asedian la propia Cartago, y que le costará a Amílcar tres años sofocarla.

Mientras tanto, algunos mercenarios rebeldes de la isla de Cerdeña entregan la isla a Roma, que envía una fuerza de ocupación. Los cartagineses protestan porque ello suponía una violación del tratado de paz recientemente alcanzado. Fríamente, Roma le declara la guerra, pero se ofrece a anularla si se le entrega no sólo Cerdeña, sino también Córcega. Los púnicos, impotentes, tienen que ceder, y ambas islas se convierten en el 238 adC en nuevas posesiones romanas.

Por el contrario, este tipo de muestra de desprecio y prepotencia será lo que mantendrán viva la llama del odio de los púnicos hacia Roma, personificadas en la familia de los Barca. Odio que desembocará años más tarde en la Segunda Guerra Púnica.
Scipio
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