Batalla de Farsalia
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Batalla de Farsalia
La batalla de Farsalia, librada en Grecia el 9 de agosto de 48 a. C., enfrentó a los ejércitos romanos de Julio César y Cneo Pompeyo Magno, en el contexto de la guerra civil entre populares y optimates.
La llanura de Farsalia era amplia y despejada, cerrada por un lado por el rio Enipeo. Pompeyo desplegó su ejército, situando a su flanco derecho sobre el rio. Una pequeña fuerza de seiscientos jinetes constituía este flanco, probablemente con el respaldo de algunos efectivos de infantería ligera y tropas aliadas. Junto a ellos estaba la fuerza principal, once legiones desplegadas en la acostumbrada triplex acies”.
Formación en triplex acies
Las mejores legiones fueron divididas entre los flancos y el centro: la primera y la tercera, las dos que una vez habían luchado con César, defendían ahora la izquierda de la línea. Cada cohorte se organizó en una formación de diez filas de profundidad, mucho más apretada de lo habitual. Este tipo de formaciones hacía más difícil que los hombres de la fila frontal se dieran a la fuga, es decir, ayudaba a los soldados advenedizos de la línea de batalla a soportar el estrés del combate. La principal desventaja era que sólo una pequeña proporción de los soldados podía pelear en ese tipo de formación, y a los hombres de las últimas filas les habría costado incluso lanzar sus pila con efectividad. En total, Pompeyo contaba con 110 cohortes, que sumaban unos 45.000 legionarios según los Comentarios, aunque algunas fuentes reducen las cifras en varios miles. El ala derecha estaba bajo el mando de Afranio ( o Léntulo en la versión de Apiano), mientras que Metelo Escipión comandaba el ala central y Dominicio Ahenobarbo el ala izquierda. Las legiones recibieron órdenes de defender su posición más que avanzar hacia el enemigo: su misión en la batalla era básicamente inmovilizar y mantener ocupada a la infantería. Pompeyo confiaba en ganar la batalla con sus jinetes, de los cuales unos 6.400 se habían agrupado en el flanco izquierdo bajo el mando directo de Labieno. Los respaldaban miles de soldados de infantería ligera, pero era la caballería la que se esperaba que arrollara a los jinetes de César, a quienes superaban en número, para, a continuación, atacar el flanco y la retaguardia de sus legiones. Era un plan sencillo, pero razonable, porque explotaba la ventaja numérica y, en especial, la enorme superioridad de su caballería, que tendría espacio para maniobrar en el terreno abierto de la llanura. Su principal defecto era que no preveía qué podría suceder si fallaba el ataque de la caballería. Sin embargo, Pompeyo estaba seguro de que no fracasaría y que sus propias legiones serían capaces de resistir a los hombres de César el tiempo suficiente para permitir que las tropas montadas aplastaran la línea enemiga. Labieno arengó al ejército después de que Pompeyo les hubiera dado ánimos, garantizando a los soldados que ya no quedaba casi ninguno de los curtidos veteranos de las Galias en las filas del ejército cesariano.
Formación en triplex acies
Las mejores legiones fueron divididas entre los flancos y el centro: la primera y la tercera, las dos que una vez habían luchado con César, defendían ahora la izquierda de la línea. Cada cohorte se organizó en una formación de diez filas de profundidad, mucho más apretada de lo habitual. Este tipo de formaciones hacía más difícil que los hombres de la fila frontal se dieran a la fuga, es decir, ayudaba a los soldados advenedizos de la línea de batalla a soportar el estrés del combate. La principal desventaja era que sólo una pequeña proporción de los soldados podía pelear en ese tipo de formación, y a los hombres de las últimas filas les habría costado incluso lanzar sus pila con efectividad. En total, Pompeyo contaba con 110 cohortes, que sumaban unos 45.000 legionarios según los Comentarios, aunque algunas fuentes reducen las cifras en varios miles. El ala derecha estaba bajo el mando de Afranio ( o Léntulo en la versión de Apiano), mientras que Metelo Escipión comandaba el ala central y Dominicio Ahenobarbo el ala izquierda. Las legiones recibieron órdenes de defender su posición más que avanzar hacia el enemigo: su misión en la batalla era básicamente inmovilizar y mantener ocupada a la infantería. Pompeyo confiaba en ganar la batalla con sus jinetes, de los cuales unos 6.400 se habían agrupado en el flanco izquierdo bajo el mando directo de Labieno. Los respaldaban miles de soldados de infantería ligera, pero era la caballería la que se esperaba que arrollara a los jinetes de César, a quienes superaban en número, para, a continuación, atacar el flanco y la retaguardia de sus legiones. Era un plan sencillo, pero razonable, porque explotaba la ventaja numérica y, en especial, la enorme superioridad de su caballería, que tendría espacio para maniobrar en el terreno abierto de la llanura. Su principal defecto era que no preveía qué podría suceder si fallaba el ataque de la caballería. Sin embargo, Pompeyo estaba seguro de que no fracasaría y que sus propias legiones serían capaces de resistir a los hombres de César el tiempo suficiente para permitir que las tropas montadas aplastaran la línea enemiga. Labieno arengó al ejército después de que Pompeyo les hubiera dado ánimos, garantizando a los soldados que ya no quedaba casi ninguno de los curtidos veteranos de las Galias en las filas del ejército cesariano.
César hizo formar a sus efectivos dejando el río a la izquierda. Contaba con ochenta cohortes, pero, con no más de veintidós mil hombres, eran mucho menores que las de las legiones pompeyanas. Ambos bandos dejaron algunas fuerzas de guardia en sus campamentos, siete cohortes en el caso de César. Las legiones formaron en tres líneas, igual que las de sus adversarios, pero, necesariamente, las formaciones de las cohortes tenían menos profundidad, tal vez unas cuatro, cinco o seis filas. También como sus adversarios, los flancos fueron encomendados a las mejores unidades. La décima estaba a la derecha de la línea, en el lugar de máximo honor, mientras que la izquierda era defendida por una formación conjunta formada por la novena, que había sufrido pérdidas especialmente graves en Dyrrachium, y la octava, como respaldo. Marco Antonio recibió la orden de dirigir el ala izquierda, Cneo Domicio Calvino el centro y Publio Sila la derecha. El último encargo era, en cierto modo, nominal, ya que el propio César se estacionó con la décima y permaneció en el ala derecha durante toda la batalla, habiendo previsto con razón que los principales movimientos tácticos tendrían lugar en ese sector. Sólo poseía mil jinetes y, al parecer, los había situado a todos junto a la legión décima para hacer frente a la inmensa concentración de jinetes enemigos situados a la izquierda del ejército pompeyano. El plan de Pompeyo era obvio, ya que una fuerza tan importante de caballería no actuaría a la defensiva. Para contrarrestarla, César tomó seis cohortes de la tercera línea de su ejército y las trasladó a una posición detrás de su propia ala derecha para formar una corta cuarta línea colocada en un ángulo oblicuo. Al estar oculta de la vista por los soldados situados delante y ,sin duda , también escondida por las nubes de polvo levantadas inevitablemente por tantos hombres y caballos moviéndose por la llanura, los comandantes enemigos no se percataron de esta reorganización de las tropas.
Sin duda pasaron horas hasta que los dos ejércitos hubieron adoptado sus posiciones, con las líneas frontales a poco más de un kilómetro la una de la otra. Las batallas siempre han sido caóticas, pero más aún las de una guerra civil, y para reducir la posibilidad de confundir a un amigo con un enemigo y viceversa, cada bando ideó una contraseña. César eligió el nombre de su divina antepasada en la forma que la asociaba con el éxito militar-“Venus, la portadora de victoria”- mientras que los pompeyanos utilizaron “Hércules el invicto” como su lema. Algunas fuentes posteriores describen un momento de vacilación y repugnancia cuando ambos bandos se enfrentaron a la perspectiva de asesinar a conciudadanos suyos, pero lo más probable es que se trate de una invención romántica. Parece que los dos ejércitos tenían confianza en sus fuerzas. César se sintió alentado por el espíritu que percibió en sus hombres cuando recorrió las líneas a caballo, hablándoles y comprobando que las unidades estaban en el lugar asignado. El mismo afirma que volvió a relatarles las injusticias que habían cometido contra él y todos los esfuerzos que había hecho para llegar a una solución pacífica. Tras cabalgar a lo largo de toda la línea de batalla, se situó junto a la décima y dio la señal de avance. Cuando se escuchó el clarín de las trompetas, junto a él se encontraba Crastino, un primus pilus retirado de la legión, que exclamó:
“Seguidme, vosotros que formasteis parte de mi manípulo, y dad a vuestro general la abnegación que les habéis prometido. Sólo queda una batalla: es esta. Una vez que esta haya terminado, recobrará él su honor y nosotros la libertad”. Al mismo tiempo, mirando a César, dijo :” Hoy,”imperator”, yo haré que me concedas tu agradecimiento, bien sea muerto, bien vivo”. Habiendo dicho estas palabras, se lanzó el primero desde el ala derecha y le siguieron voluntarios alrededor de cientos veinte soldados de las fuerzas de choque.
Sin duda pasaron horas hasta que los dos ejércitos hubieron adoptado sus posiciones, con las líneas frontales a poco más de un kilómetro la una de la otra. Las batallas siempre han sido caóticas, pero más aún las de una guerra civil, y para reducir la posibilidad de confundir a un amigo con un enemigo y viceversa, cada bando ideó una contraseña. César eligió el nombre de su divina antepasada en la forma que la asociaba con el éxito militar-“Venus, la portadora de victoria”- mientras que los pompeyanos utilizaron “Hércules el invicto” como su lema. Algunas fuentes posteriores describen un momento de vacilación y repugnancia cuando ambos bandos se enfrentaron a la perspectiva de asesinar a conciudadanos suyos, pero lo más probable es que se trate de una invención romántica. Parece que los dos ejércitos tenían confianza en sus fuerzas. César se sintió alentado por el espíritu que percibió en sus hombres cuando recorrió las líneas a caballo, hablándoles y comprobando que las unidades estaban en el lugar asignado. El mismo afirma que volvió a relatarles las injusticias que habían cometido contra él y todos los esfuerzos que había hecho para llegar a una solución pacífica. Tras cabalgar a lo largo de toda la línea de batalla, se situó junto a la décima y dio la señal de avance. Cuando se escuchó el clarín de las trompetas, junto a él se encontraba Crastino, un primus pilus retirado de la legión, que exclamó:
“Seguidme, vosotros que formasteis parte de mi manípulo, y dad a vuestro general la abnegación que les habéis prometido. Sólo queda una batalla: es esta. Una vez que esta haya terminado, recobrará él su honor y nosotros la libertad”. Al mismo tiempo, mirando a César, dijo :” Hoy,”imperator”, yo haré que me concedas tu agradecimiento, bien sea muerto, bien vivo”. Habiendo dicho estas palabras, se lanzó el primero desde el ala derecha y le siguieron voluntarios alrededor de cientos veinte soldados de las fuerzas de choque.
La infantería cesariana avanzó en orden, caminando a un paso firme y regular para mantener la formación. Cuando estaban más próximos al enemigo, la línea frontal de las cohortes cargó hacia delante preparándose para lanzar sus pila cuando estuvieran a la distancia efectiva de unos catorce metros. La táctica normal era permanecer en silencio, excepto por las órdenes y las exhortaciones de ánimo de los centuriones y demás oficiales y sólo lanzar un grito de hurra cuando arrojaran sus pesadas jabalinas y corrieran hacia el enemigo. Esta vez, los pompeyanos se quedaron inmóviles en su posición, sin avanzar a su encuentro. Los centuriones habían calculado el momento para ordenar la carga basándose en la suposición de que sus adversarios también se adelantarían. Ahora, en el último minuto, se daban cuenta de que no lo harían y de que existía el riesgo de lanzar su lluvia de pila demasiado pronto y de haber perdido la formación para cuando alcanzaran al enemigo. En una espeluznante exhibición de disciplina, los veteranos de César se detuvieron, reorganizaron sus filas con calma y, al poco, volvieron a avanzar en el orden apropiado. En el momento justo, aceleraron por segunda vez, arrojaron sus pila, lanzaron un grito y cargaron espada en mano en la línea pompeyana. César consideró que la orden de Pompeyo de que sus tropas permanecieran quietas fue un error, ya que les negaba el entusiasmo de la carga. No obstante, sin duda ayudados por su elevado número y profunda formación, los legionarios enemigos lograron resistir la carga y la agresiva lucha que se entabló en toda la línea.
Pompeyo no necesitaba a sus legionarios para vencer al enemigo, sino únicamente para mantenerlos ocupados y darle a la caballería tiempo para atacar con éxito. Cuando empezó la batalla, Labieno se adelantó con sus hombres contra los jinetes cesarianos cuyo número superaban por una enorme diferencia y estos cedieron terreno, aunque tal vez se retiraron de forma deliberada para inducir al enemigo a seguir avanzando. Más de seis mil jinetes se habían concentrado en una pequeña área. Eran una mezcolanza de muchas razas distintas, carentes de experiencia y encabezados fundamentalmente por jóvenes aristócratas, entusiastas pero también inexpertos. La caballería de Pompeyo había tenido escasas oportunidades de actuar en conjunto en lo que llevaban de campaña. Tras las penurias vividas en Dyrrachium, el estado de sus caballos sólo podía haber sido malo, lo que significa que posiblemente la carga se llevó a cabo a un ritmo no superior a un trote. Al principio, ese enorme cuerpo de jinetes estaba dividido en varias líneas y había que garantizar que las reservas se mantenían atrás para aprovechar cualquier triunfo o servir de apoyo si era necesario. No obstante, cuando la caballería avanzó e hizo retroceder a los jinetes de César parece que esta orden desapareció cuando tanto los hombres como las monturas se dejaron llevar por la emocionante sensación de poder que sentían por la próxima presencia de tantos camaradas. Labieno y sus oficiales perdieron el control, y en vez de mantenerse como un cuerpo ordenado, las huestes degeneraron en una gran masa desordenada. En aquel momento, César dio la orden de ataque a las seis cohortes de su cuarta línea. Los legionarios avanzaron y la infantería atacó a los jinetes de un modo muy poco habitual a lo largo de la historia: sostuvieron sus pila en las manos y los emplearon como lanzas de cuerpo a cuerpo. Los hombres de Labieno habían perdido el orden y el ímpetu. Puede que frenaran porque estaban tratando de recuperar el control antes de lanzarse contra el flanco de la infantería de César. Fuera cual fuera la causa, el resultado fue una huida en desbandada en la que todo el grupo de jinetes salió en estampida hacia la retaguardia y ya no participó en el resto de la batalla. Los soldados de infantería ligera que los apoyaban escaparon o fueron aniquilados.
César mantuvo su cuarta línea bajo un estricto control. En vez de perseguir al adversario hasta demasiado lejos, dieron media vuelta para golpear al flanco izquierdo de la infantería pompeyana. Todo el resto de la línea frontal, las cohortes de las líneas primera y segunda de César, que solían operar unidas, habían entablado ya un vivo combate. Habían logrado ganar terreno y cuando flanquearon la línea que todavía no habían tomado parte en el combate, avanzaron hacia la línea de batalla. Los pompeyanos cedieron más terreno y , luego, su línea se deshizo y se dio a la fuga. César mantenía algunas tropas a su lado para dirigirse con ellas a asaltar el campamento enemigo. Él y sus oficiales exhortaron a los hombres a perdonar las vidas de sus ciudadanos siempre que fuera posible, pero se dice que también les dijeron que aniquilaran a los auxiliares para poner de manifiesto que su compasión era un favor especial. César sostiene que quince mil soldados enemigos perdieron la vida y veinticuatro mil fueron apresados junto con las águilas de nueve legiones y otros ciento ochenta estandartes diversos. Asinio Polión aporta una cifra inferior de seis mil bajas pompeyanas, que muy posiblemente sea más exacta. Domicio Ahenobarbo fue asesinado en la lucha, pero la mayoría de los pompeyanos importantes escaparon. El hijo de Servilia, Bruto, pronto se unió a los prisioneros, y se dice que César envió a unos hombres a buscarlo y se regocijó al constatar que todavía estaba vivo. Sus propias bajas habían sido comparativamente escasas considerando la escala de su victoria: doscientos hombres y treinta centuriones ( en comparación, el numero de víctimas entre los centuriones solía ser más alto que el del resto de soldados y mandos debido al agresivo liderazgo que se esperaba de ellos). Crastino era uno de los fallecidos, murió atravesado por una espada que le entro por la boca y le salió por la nuca, pero antes de morir realizo grandes proezas. Apiano nos cuenta que Cesar le concedió un entierro honorable e incluso le condecoro, un honor insólito, porque los romanos no solían otorgar condecoraciones póstumas. El mismo Cesar relata que a él y a sus hombres les indignaba el fasto del que hacia ostentación el campamento enemigo y la arrogancia que mostraban las tiendas y refugios ya decorados con los símbolos de la victoria. Asinio Polión registró el revelador comentario que hizo César cuando recorrió con la mirada el campo sembrado de rivales:” Ellos lo han querido. A pesar de haber llevado a cabo tantas hazañas. Yo , Gayo César, hubiera sido declarado culpable de no haber pedido auxilio del ejercito”.
Aun admitiendo que las fuentes más criticas sean hostiles, la actuación de Pompeyo en Farsalia había dejado mucho que desear y apenas había influido en el curso de la batalla desde su inicio. Poco después del fracaso de la caballería, regresó al campamento. Algo más tarde, cuando se dio cuenta de que su ejército iba a caer, tomo sus insignias de general y se dio a la fuga. Puede que nada habría cambiado si se hubiera quedado junto a sus soldados, pero era un comportamiento muy deshonroso para un comándate romano, que se suponía que nunca debía darse por vencido y, aunque las cosas fueran mal, tenía que intentar llevarse consigo y salvar gran parte de su ejército en el mejor orden posible. Podía perderse una guerra. En Farsalia, Pompeyo perdió la esperanza, tal vez debido a que en la mayor parte de la campaña había deseado evitar librar una batalla campal. No hizo ningún esfuerzo por volver a formar un ejército en Grecia, pero, con sus asesores, pronto pensó en escapar al extranjero. Hubo rumores de que incluso consideró buscar refugio y ayuda con los partos pero, al final, Pompeyo eligió marcharse a Egipto, donde los hijos del rey Tolomeo se disputaban el trono. Egipto le había suministrado apoyo militar en la reciente campaña y era una región rica, por lo que posiblemente parecía una base apropiada para reconstruir su fortuna. Junto con su esposa Cornelia, algunos oficiales y asistentes, Pompeyo zarpo hacia Alejandría. A su llegada, recibió claros mensajes de bienvenida del joven rey- o más bien sus consejeros, ya que el chico era solo un adolescente-. Pompeyo subió a una barca enviada desde la orilla, a bordo de la cual había varios egipcios, pero también dos oficiales romanos que habían formado parte del ejercito de Gabinio para finalmente permanecer en Egipto tras la restauración de Tolomeo. A la vista de su esposa y amigos, que aguardaban la cubierta de la nave, esos oficiales apuñalaron a Pompeyo hasta la muerte, Ese fue el final de Pompeyo Magno, un hombre que había celebrado tres triunfos y había sido cónsul tres veces. Al día siguiente habría cumplido cincuenta y nueve años. Lo decapitaron y guardaron su cabeza para ofrecérsela a César con la esperanza de granjearse la buena voluntad del vencedor, pero el resto del cuerpo fue abandonado en la playa hasta que uno de sus propios libertos llego hasta allí y lo enterró.
Pompeyo no necesitaba a sus legionarios para vencer al enemigo, sino únicamente para mantenerlos ocupados y darle a la caballería tiempo para atacar con éxito. Cuando empezó la batalla, Labieno se adelantó con sus hombres contra los jinetes cesarianos cuyo número superaban por una enorme diferencia y estos cedieron terreno, aunque tal vez se retiraron de forma deliberada para inducir al enemigo a seguir avanzando. Más de seis mil jinetes se habían concentrado en una pequeña área. Eran una mezcolanza de muchas razas distintas, carentes de experiencia y encabezados fundamentalmente por jóvenes aristócratas, entusiastas pero también inexpertos. La caballería de Pompeyo había tenido escasas oportunidades de actuar en conjunto en lo que llevaban de campaña. Tras las penurias vividas en Dyrrachium, el estado de sus caballos sólo podía haber sido malo, lo que significa que posiblemente la carga se llevó a cabo a un ritmo no superior a un trote. Al principio, ese enorme cuerpo de jinetes estaba dividido en varias líneas y había que garantizar que las reservas se mantenían atrás para aprovechar cualquier triunfo o servir de apoyo si era necesario. No obstante, cuando la caballería avanzó e hizo retroceder a los jinetes de César parece que esta orden desapareció cuando tanto los hombres como las monturas se dejaron llevar por la emocionante sensación de poder que sentían por la próxima presencia de tantos camaradas. Labieno y sus oficiales perdieron el control, y en vez de mantenerse como un cuerpo ordenado, las huestes degeneraron en una gran masa desordenada. En aquel momento, César dio la orden de ataque a las seis cohortes de su cuarta línea. Los legionarios avanzaron y la infantería atacó a los jinetes de un modo muy poco habitual a lo largo de la historia: sostuvieron sus pila en las manos y los emplearon como lanzas de cuerpo a cuerpo. Los hombres de Labieno habían perdido el orden y el ímpetu. Puede que frenaran porque estaban tratando de recuperar el control antes de lanzarse contra el flanco de la infantería de César. Fuera cual fuera la causa, el resultado fue una huida en desbandada en la que todo el grupo de jinetes salió en estampida hacia la retaguardia y ya no participó en el resto de la batalla. Los soldados de infantería ligera que los apoyaban escaparon o fueron aniquilados.
César mantuvo su cuarta línea bajo un estricto control. En vez de perseguir al adversario hasta demasiado lejos, dieron media vuelta para golpear al flanco izquierdo de la infantería pompeyana. Todo el resto de la línea frontal, las cohortes de las líneas primera y segunda de César, que solían operar unidas, habían entablado ya un vivo combate. Habían logrado ganar terreno y cuando flanquearon la línea que todavía no habían tomado parte en el combate, avanzaron hacia la línea de batalla. Los pompeyanos cedieron más terreno y , luego, su línea se deshizo y se dio a la fuga. César mantenía algunas tropas a su lado para dirigirse con ellas a asaltar el campamento enemigo. Él y sus oficiales exhortaron a los hombres a perdonar las vidas de sus ciudadanos siempre que fuera posible, pero se dice que también les dijeron que aniquilaran a los auxiliares para poner de manifiesto que su compasión era un favor especial. César sostiene que quince mil soldados enemigos perdieron la vida y veinticuatro mil fueron apresados junto con las águilas de nueve legiones y otros ciento ochenta estandartes diversos. Asinio Polión aporta una cifra inferior de seis mil bajas pompeyanas, que muy posiblemente sea más exacta. Domicio Ahenobarbo fue asesinado en la lucha, pero la mayoría de los pompeyanos importantes escaparon. El hijo de Servilia, Bruto, pronto se unió a los prisioneros, y se dice que César envió a unos hombres a buscarlo y se regocijó al constatar que todavía estaba vivo. Sus propias bajas habían sido comparativamente escasas considerando la escala de su victoria: doscientos hombres y treinta centuriones ( en comparación, el numero de víctimas entre los centuriones solía ser más alto que el del resto de soldados y mandos debido al agresivo liderazgo que se esperaba de ellos). Crastino era uno de los fallecidos, murió atravesado por una espada que le entro por la boca y le salió por la nuca, pero antes de morir realizo grandes proezas. Apiano nos cuenta que Cesar le concedió un entierro honorable e incluso le condecoro, un honor insólito, porque los romanos no solían otorgar condecoraciones póstumas. El mismo Cesar relata que a él y a sus hombres les indignaba el fasto del que hacia ostentación el campamento enemigo y la arrogancia que mostraban las tiendas y refugios ya decorados con los símbolos de la victoria. Asinio Polión registró el revelador comentario que hizo César cuando recorrió con la mirada el campo sembrado de rivales:” Ellos lo han querido. A pesar de haber llevado a cabo tantas hazañas. Yo , Gayo César, hubiera sido declarado culpable de no haber pedido auxilio del ejercito”.
Aun admitiendo que las fuentes más criticas sean hostiles, la actuación de Pompeyo en Farsalia había dejado mucho que desear y apenas había influido en el curso de la batalla desde su inicio. Poco después del fracaso de la caballería, regresó al campamento. Algo más tarde, cuando se dio cuenta de que su ejército iba a caer, tomo sus insignias de general y se dio a la fuga. Puede que nada habría cambiado si se hubiera quedado junto a sus soldados, pero era un comportamiento muy deshonroso para un comándate romano, que se suponía que nunca debía darse por vencido y, aunque las cosas fueran mal, tenía que intentar llevarse consigo y salvar gran parte de su ejército en el mejor orden posible. Podía perderse una guerra. En Farsalia, Pompeyo perdió la esperanza, tal vez debido a que en la mayor parte de la campaña había deseado evitar librar una batalla campal. No hizo ningún esfuerzo por volver a formar un ejército en Grecia, pero, con sus asesores, pronto pensó en escapar al extranjero. Hubo rumores de que incluso consideró buscar refugio y ayuda con los partos pero, al final, Pompeyo eligió marcharse a Egipto, donde los hijos del rey Tolomeo se disputaban el trono. Egipto le había suministrado apoyo militar en la reciente campaña y era una región rica, por lo que posiblemente parecía una base apropiada para reconstruir su fortuna. Junto con su esposa Cornelia, algunos oficiales y asistentes, Pompeyo zarpo hacia Alejandría. A su llegada, recibió claros mensajes de bienvenida del joven rey- o más bien sus consejeros, ya que el chico era solo un adolescente-. Pompeyo subió a una barca enviada desde la orilla, a bordo de la cual había varios egipcios, pero también dos oficiales romanos que habían formado parte del ejercito de Gabinio para finalmente permanecer en Egipto tras la restauración de Tolomeo. A la vista de su esposa y amigos, que aguardaban la cubierta de la nave, esos oficiales apuñalaron a Pompeyo hasta la muerte, Ese fue el final de Pompeyo Magno, un hombre que había celebrado tres triunfos y había sido cónsul tres veces. Al día siguiente habría cumplido cincuenta y nueve años. Lo decapitaron y guardaron su cabeza para ofrecérsela a César con la esperanza de granjearse la buena voluntad del vencedor, pero el resto del cuerpo fue abandonado en la playa hasta que uno de sus propios libertos llego hasta allí y lo enterró.
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